martes, 19 de agosto de 2008

Costumbres menos sanas


Hay argentinos que son charlatanes estruendosos mientras que otros prefieren la discreción o el silencio. Los hay de una cultura y sabiduría portentosa (v.g. Borges) pero también los hay de una ignorancia supina; hay cretinos engreídos, así como hay humildes y respetuosos; algunos obsesionados por su físico, otros despreocupados… por eso dije que sería prudente y sólo describiría su carácter a través de costumbres y actitudes más o menos extendidas, pero ciertamente verificables, como la prisa o el detenimiento con que se mueven por la calle o sus normas de cortesía. De lo que he observado en el tiempo que llevo aquí, una de las cosas que más me desagradan es el escrache, palabra autóctona que designa la venganza colectiva contra un indeseado. (De probable etimología en el inglés scratch: arañar o marcar)

En tiempos menos civilizados la Inquisición castigó a herejes y criminales con la humillación pública en la plaza a modo de castigo ejemplarizante. La dignidad humana era entonces una entelequia y nadie osaba cuestionar la denigración de un ser abyecto y vil. También estuvo justificada la extensión de la pena a sus familiares, pues la causa última del delito eran los padres que engendraron y criaron a esa criatura maligna. La actualización de esta primitiva forma de justicia es el escrache: turbas enfurecidas que se concentran frente al domicilio del represaliado para vejar su honor con abucheos, pintadas, destrozos y el incendio de la casa, sin importar si se ponen vidas en juego. Participan niños y adultos y las televisiones retransmiten el evento en directo para todo el país, ante la anuente mirada de las fuerzas del orden que, a lo sumo, se limitan a desalojar a los amenazados.

Los escraches son los acontecimientos informativos preferidos de los canales de noticias 24 horas. Interrumpen su programación con un aviso de última hora y acto seguido conectan con un periodista en el lugar de los hechos que casi parece incitar a los vándalos para que la orgía de fuego y sangre revierta en audiencias millonarias. El espectáculo puede prolongarse durante horas, conectando esporádicamente con el cronista para dar a conocer el último parte de guerra. Al telespectador le da tiempo a invitar a los amigos a casa para tomar unas palomitas con coca cola.

La institucionalización del escrache, que aquí no parece indignar a casi nadie, trae causa de una confianza bajo mínimos en la justicia y demás poderes públicos. En su origen fueron ideados como forma de presión a los jueces para que encarcelasen a los genocidas impunes de la última dictadura militar (76-83), pero con el tiempo se popularizaron como castigo contra políticos con las manos limpias de sangre (supuestamente) y otros delincuentes, como violadores o asesinos, e incluso familiares de estos, ajenos al crimen.

Otra explicación a este fenómeno reside en las altas tasas de criminalidad y en una sensación de inseguridad que encontraría un bálsamo en la respuesta aleccionadora contra los que delinquen. En un contexto donde escasea el orden y la seguridad, el trato digno para el culpable parece un derecho demasiado sofisticado. Las consecuencias son los escraches, la vigencia de la cadena perpetua o que las cárceles sean cloacas donde se pudren los presos: el 50 % reincide al salir de la celda.

El lunes pasado cubrí un escrache en el conurbano bonaerense. El vínculo a la noticia es el siguiente:

http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1041153

No hay comentarios: