domingo, 3 de agosto de 2008

Los apestados

Cuando oscurece los cartoneros vuelven a las calles del centro. Como los murciélagos, sólo aparecen de noche. Arrastran sus pesados carros desde las afueras, en el conurbano, y relevan, casi sin cruzarse las caras, a ejecutivos, comerciantes y turistas, que regresan a casa en subte. Toneladas de basura se amontonan en las aceras. En pocas horas estos recolectores de despedicios no habrán dejado ni un solo saco por inspeccionar. Tienen que darse prisa, antes de que el servicio municipal de la limpieza les arrebate la mercancía que les permite llevar un pan casa.

La capital mundial del cartoneo es Buenos Aires. Esta profesión, que consiste en rastrear la basura en busca de materiales aprovechables, -no sólo cartón, sino también vidrio, ropa o alimentos-, da de comer a más de 5.000 familias, según el último censo oficial. La cifra queda lejos de los 40.000 cartoneros de 2001, cuando la economía argentina se desplomó y camareros, albañiles o empleados domésticos se vieron abocados a sobrevivir fisgoneando entre los residuos.

Aunque digan que hoy son menos, a la vuelta de cada esquina hay uno de ellos, sólo o en familia –incluidos los hijos menores- con su carro a cuestas, o zambulléndose en las bolsas de basura. La imagen de un mendigo revolviendo en un contenedor, aunque desoladora, nos es familiar, pero el impacto de esta procesión multitudinaria de hambrientos sacude la conciencia. Por miedo, nadie se acerca a ellos, pero son menos peligrosos y más abnegados que aquellos otros miles que aun sin nada que llevarse a la boca, se quedan mirando y tratan de ganarse la vida a costa del daño ajeno. En Noche de cartoneros, a continuación, se recogen algunos de los crudos testimonios e imágenes de la noche de Buenos Aires.

1 comentario:

eire_lorena dijo...

Me alegro mucho que hayas dado voz y rostro a estos personas que la sociedad y políticos se empeñan en ignorar y despreciar, porque sus vidas no merecen ser tenidas en cuenta...en fin, sigue denunciando este tipo de hechos con la sinceridad y realidad que tú sabes plasmar y, ante todo, sigue poniéndoles voz, palabras y corazón.