jueves, 2 de octubre de 2008

Dolorosa desargentinización

Mi experiencia me dice que dos meses no bastan para ordenar el rompecabezas que es la realidad de un país extraño. No iba a ser distinto en el caso de Argentina y eso lo sabía de antemano, sin embargo, a diferencia de otros lugares en los que he vivido, en este viaje gozaba de un asiento con perspectiva privilegiada: la planta quinta del rascacielos donde late la redacción de La Nación, en el centro de Buenos Aires. Fui compañero de los mejores periodistas argentinos y reportero en sus calles. Hablé con policías, ecologistas, inmigrantes bolivianos, cartoneros, empresarios, sindicalistas… Aunque en cuanto formulaba una pregunta me devolvían como respuesta un, vos no sos de acá, ¿verdad?, llegó un día en que olvidé por completo que era extranjero. Por supuesto, el alemán, francés, inglés o árabe no eran esta vez muros infranqueables y Argentina, a pesar de la distancia, es quizás el país que más se asemeja a la tierra donde están mis raíces.

Hace tres semanas que aterricé en Madrid y muy a mi pesar me desargentinizo poco a poco. Con esta palabrota quiero decir que con los días voy perdiendo la originalidad que involuntariamente gané durante mi visita: ya no pregunto por el número del “celular”, “coger” el autobús deja de parecerme una obscenidad y vuelvo a dar dos besos en lugar de sellar una mejilla y apartar la cara. Pero de lo que estoy seguro es que me costará mucho más olvidarme de los buenos momentos y las amistades que hice. Un saludo a todos los que me dejé por allí. ¡Espero veros pronto de nuevo!

Despedida

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Sucedió en Buenos Aires

Lo que viene a continuación es una historia anecdótica que podía haber sucedido en cualquier capital del mundo, pero Buenos Aires compró más papeletas que ninguna. Por favor, si alguna vez vienen a esta ciudad, (preciosa donde las haya y de la que me llevaré el mejor recuerdo), ¡miren por donde pisan!

Pozos en las aceras

jueves, 28 de agosto de 2008

La fortaleza del fútbol

Dicen de La Bombonera, la cancha de Boca Juniors, que sus gradas, casi verticales, son las más inclinadas del mundo del fútbol. Los ingenieros se las vieron y se las desearon para encajonar este estadio en el populoso barrio de La Boca en 1931, debiendo erigir incluso una pared en uno de los costados, que destinaron a tribuna de palcos. El día de la inauguración descubrieron que, sin proponérselo, habían levantado un fortín. El ruido de la hinchada quedaba aprisionado y envolvía el terreno de juego, intimidando a los desorientados jugadores visitantes. El que es considerado el mejor futbolista de todos los tiempos, Pelé, llegó a decir al final de su carrera, “jugué en todos los estadios del mundo, pero en el único que sentí la sacudida de un terremoto al saltar al césped fue en la Bombonera”.

A pesar de los rumores de mudanza del club a otro barrio de la capital, donde construir un estadio que pueda albergar al creciente número de socios, Boca Juniors resulta impensable sin su Bombonera y sin la cercanía de su ensordecedora e infatigable barra brava (así se conoce a los ultras en América Latina) de La 12. Si bien el nombre del jugador número 12 designa universalmente a las aficiones más fieles, ellos se han ganado el derecho de copyright a fuerza de no callar durante 90 minutos ni para reposar la garganta y de empujar a su equipo con más fuerza cuanto más adverso sea el marcador. Contagian su energía al resto del estadio y no les importa perderse los cinco primeros minutos del encuentro bajo una tela gigante, (tifo) con los colores de Boca. Así se vive el fútbol en Argentina, país que vuelve de Beijing sólo con 6 medallas, pero donde muchos se consideran triunfantes por obtener el laurel más apreciado, el oro en fútbol.

Periodista en La Bombonera

Durante mucho tiempo soñé con ser periodista deportivo y narrar por radio un partido de fútbol. Ese encanto que se debilitó con los años brotó por momentos el domingo pasado, cuando asistí al partido Boca - Lanús en la Bombonera con los redactores de deportes de La Nación.

martes, 19 de agosto de 2008

Costumbres menos sanas


Hay argentinos que son charlatanes estruendosos mientras que otros prefieren la discreción o el silencio. Los hay de una cultura y sabiduría portentosa (v.g. Borges) pero también los hay de una ignorancia supina; hay cretinos engreídos, así como hay humildes y respetuosos; algunos obsesionados por su físico, otros despreocupados… por eso dije que sería prudente y sólo describiría su carácter a través de costumbres y actitudes más o menos extendidas, pero ciertamente verificables, como la prisa o el detenimiento con que se mueven por la calle o sus normas de cortesía. De lo que he observado en el tiempo que llevo aquí, una de las cosas que más me desagradan es el escrache, palabra autóctona que designa la venganza colectiva contra un indeseado. (De probable etimología en el inglés scratch: arañar o marcar)

En tiempos menos civilizados la Inquisición castigó a herejes y criminales con la humillación pública en la plaza a modo de castigo ejemplarizante. La dignidad humana era entonces una entelequia y nadie osaba cuestionar la denigración de un ser abyecto y vil. También estuvo justificada la extensión de la pena a sus familiares, pues la causa última del delito eran los padres que engendraron y criaron a esa criatura maligna. La actualización de esta primitiva forma de justicia es el escrache: turbas enfurecidas que se concentran frente al domicilio del represaliado para vejar su honor con abucheos, pintadas, destrozos y el incendio de la casa, sin importar si se ponen vidas en juego. Participan niños y adultos y las televisiones retransmiten el evento en directo para todo el país, ante la anuente mirada de las fuerzas del orden que, a lo sumo, se limitan a desalojar a los amenazados.

Los escraches son los acontecimientos informativos preferidos de los canales de noticias 24 horas. Interrumpen su programación con un aviso de última hora y acto seguido conectan con un periodista en el lugar de los hechos que casi parece incitar a los vándalos para que la orgía de fuego y sangre revierta en audiencias millonarias. El espectáculo puede prolongarse durante horas, conectando esporádicamente con el cronista para dar a conocer el último parte de guerra. Al telespectador le da tiempo a invitar a los amigos a casa para tomar unas palomitas con coca cola.

La institucionalización del escrache, que aquí no parece indignar a casi nadie, trae causa de una confianza bajo mínimos en la justicia y demás poderes públicos. En su origen fueron ideados como forma de presión a los jueces para que encarcelasen a los genocidas impunes de la última dictadura militar (76-83), pero con el tiempo se popularizaron como castigo contra políticos con las manos limpias de sangre (supuestamente) y otros delincuentes, como violadores o asesinos, e incluso familiares de estos, ajenos al crimen.

Otra explicación a este fenómeno reside en las altas tasas de criminalidad y en una sensación de inseguridad que encontraría un bálsamo en la respuesta aleccionadora contra los que delinquen. En un contexto donde escasea el orden y la seguridad, el trato digno para el culpable parece un derecho demasiado sofisticado. Las consecuencias son los escraches, la vigencia de la cadena perpetua o que las cárceles sean cloacas donde se pudren los presos: el 50 % reincide al salir de la celda.

El lunes pasado cubrí un escrache en el conurbano bonaerense. El vínculo a la noticia es el siguiente:

http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1041153

lunes, 11 de agosto de 2008

Así son

No soy quien para sermonear sobre la idiosincrasia de los argentinos. Y menos después de tan poco tiempo de convivencia –un mes y medio-. Por eso trataré de ser prudente a la hora de bosquejar algunas valoraciones. En primer lugar, me serviré de un indicador un tanto heterodoxo, pero a mi juicio elocuente, para demostrar que los argentinos baten a los españoles en impuntualidad: en las escaleras mecánicas del metro nadie respeta la convención de dejar libre el lado izquierdo a modo de carril de alta velocidad para aquellos que andan con prisa.

La urgencia por llegar a tiempo aún no martiriza el ánimo local, pero la adaptación puede ser un tanto latosa para el visitante. Una mañana, salía del subte camino de la redacción de La Nación con el tiempo justo. Precisamente un espécimen de esa raza tan apresurada, un señor de negocios, permanecía contemplativo, obstaculizando el carril izquierdo y la ascensión se me hacía infinita. Se me escapó, inconscientemente, un chasquido de la lengua, seguido de un impertinente resoplido, que mi compañero de viaje ni siquiera advirtió. Sólo me quedó la resignación y celebrar con gusto este modo de vida más relajado.

A buen seguro que esta costumbre española, importada por supuesto de la acelerada y estresada Europa, sólo se respeta desde hace pocos años. Hoy la hemos incorporado casi como un acto reflejo, pero me pregunto cómo fue ese momento del cambio, el día de la inflexión en que la presión del reloj se impuso y empujó a unos pocos a un lado de la barandilla, para que la mayoría escalara los peldaños con la cara descompuesta, imprimiendo a nuestra convivencia un ritmo vertiginoso.

Otro atributo esencial del argentino medio es el respeto a las normas de cortesía. El saludo matutino a los colegas del trabajo no se reduce a un impersonal buenos días, El/la argentino/a le planta un beso en la mejilla a todos y cada uno de sus compañeros. Ojo, sólo uno y no dos como en España y ojo, tanto a sus compañeras como a sus compañeros.

Más de una vez me he sonrojado por no respetar las etiquetas. Por ejemplo en el ascensor del periódico. A diferencia de los países histéricos, como el de mi procedencia, en Argentina no evacua primero el más cercano a la puerta. Ladies first. Que los advenedizos observen esta regla para no verse en situaciones embarazosas, y recuerden, cada vez que crucen un umbral, dejen pasar antes a las féminas. Y si se quiere quedar como un genuino galán, ábrase la puerta del coche a las "delicadas" señoritas.

Como veis, las asociaciones de feministas no hacen mucho ruido por aquí. La fijación por las formalidades, puede llegar a ser enfermiza. Las hay de raigambre tan secular que resultan anacrónicas: ¡algunos argentinos llegan a ceder el lado interior de la acera a las hembras para, supuestamente, resguardarlas del peligro de la calzada. Y yo me pregunto, ¿de qué demonios las protegen?, ¿del riesgo de que un caballo desbocado precipite el carruaje sobre los viandantes? He aquí, a diferencia del ejemplo de la escalera mecánica, una división mental de la senda: el costado exterior, para los caballeros; las damas, “arrimaitas” a la pared, al cobijo de los impredecibles riesgos de la vía pública. Perdón, al principio prometí prudencia, pero es que…

domingo, 3 de agosto de 2008

Los apestados

Cuando oscurece los cartoneros vuelven a las calles del centro. Como los murciélagos, sólo aparecen de noche. Arrastran sus pesados carros desde las afueras, en el conurbano, y relevan, casi sin cruzarse las caras, a ejecutivos, comerciantes y turistas, que regresan a casa en subte. Toneladas de basura se amontonan en las aceras. En pocas horas estos recolectores de despedicios no habrán dejado ni un solo saco por inspeccionar. Tienen que darse prisa, antes de que el servicio municipal de la limpieza les arrebate la mercancía que les permite llevar un pan casa.

La capital mundial del cartoneo es Buenos Aires. Esta profesión, que consiste en rastrear la basura en busca de materiales aprovechables, -no sólo cartón, sino también vidrio, ropa o alimentos-, da de comer a más de 5.000 familias, según el último censo oficial. La cifra queda lejos de los 40.000 cartoneros de 2001, cuando la economía argentina se desplomó y camareros, albañiles o empleados domésticos se vieron abocados a sobrevivir fisgoneando entre los residuos.

Aunque digan que hoy son menos, a la vuelta de cada esquina hay uno de ellos, sólo o en familia –incluidos los hijos menores- con su carro a cuestas, o zambulléndose en las bolsas de basura. La imagen de un mendigo revolviendo en un contenedor, aunque desoladora, nos es familiar, pero el impacto de esta procesión multitudinaria de hambrientos sacude la conciencia. Por miedo, nadie se acerca a ellos, pero son menos peligrosos y más abnegados que aquellos otros miles que aun sin nada que llevarse a la boca, se quedan mirando y tratan de ganarse la vida a costa del daño ajeno. En Noche de cartoneros, a continuación, se recogen algunos de los crudos testimonios e imágenes de la noche de Buenos Aires.

sábado, 2 de agosto de 2008

viernes, 25 de julio de 2008

El conurbano: bienvenidos a América Latina

El conurbano de Buenos Aires es el grueso cinturón de pobreza y hambre que rodea los barrios más pudientes. Comienza aquí América Latina, ese vasto territorio de precariedad y desigualdades y quedan atrás las elegantes residencias de apariencia europea de Palermo o Recoleta, el colonial San Telmo poblado de turistas o las oficinas y rascacielos del Microcentro financiero. En el conurbano el asfalto desaparece a nuestros pies y la polución y la mugre lo ennegrecen todo. La educación es la única vía para salir de este submundo pero a los políticos argentinos les importa bien poco. Como prueba la suerte del colegio Felipe Boedo: 500 niños aprenden a leer y escribir junto a un enorme tanque de combustible para autobuses, que linda con una de las aulas.

La semana pasada publiqué en La Nación una pequeña información –no me dieron más espacio- sobre la desesperante situación de este colegio. Ningún medio de comunicación lo había denunciado antes aunque los padres han cortado la calle en numerosas ocasiones desde principios de año. La voz de alarma llegó a mis oídos de forma indirecta, cuando durante una manifestación de profesores por las calles del centro, con el genérico tema de “la defensa de la educación pública”, uno de ellos me imploró que fuera a su escuela para ver en qué condiciones estudian sus alumnos.

El pestilente olor a gasoil me recibe nada más entrar por la puerta principal, pero el aire se vuelve irrespirable en el aula que linda con el depósito, de la empresa de autobuses Nudo S.A. Los niños, sin embargo, soportan las emanaciones toda la mañana. No es de extrañar que muchos acaben con problemas respiratorios y dolores de cabeza. El gerente de Nudo trata de acallar las bocas de padres y alumnos con dádivas, como ordenadores que no funcionan o sillas destartaladas.

Las penurias de la escuela no acaban ahí: no tienen gas para calefacción ni para el comedor, tampoco patio del recreo al aire libre y los alumnos se hacinan en pequeñas aulas a pesar de que desde hace 20 años el gobierno de la ciudad les viene prometiendo una ampliación. La educación y la salud de estos pequeños en juego, pero mientras sigan siendo invisibles a los ojos de aquellos con poder para cambiar las cosas, el conurbano seguirá marcando la frontera de América Latina.

Aquí debajo, el vínculo a la información que apareció en La Nación:

http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1032096&high=educaci%F3n

jueves, 17 de julio de 2008

¿Desenlace?

Un trompetazo me despertó ayer a las 4 y media de la mañana. Era mi vecino que, desde su balcón, celebraba con una corneta futbolera la derrota de Cristina “Kirchner”. Medio país seguía por televisión a esa hora la votación en el Senado del polémico gravamen a las ganancias de los agricultores. La señora de la puerta de al lado gritaba orgásmicamente ¡sííííí, sííííí! y abajo en la calle, como en las grandes celebraciones deportivas, los conductores iniciaban un concierto de bocinazos.

El largo debate de 18 horas en la Cámara Alta argentina parecía haber salido del mejor guión de suspense de Hollywood. Cada senador debía intervenir ante el pleno y sólo entonces se esclarecía su opción a favor o en contra de la ley. Al inicio de la jornada había 4 legisladores indecisos y los periodistas especularon hasta el último momento con el resultado. Cuando Rached, uno de los senadores fluctuantes, abandonó su escaño a las 2 de la madrugada, las televisiones lo anunciaron con una alerta de última hora y enfocaron durante largos minutos su asiento vacío con sus papeles y gafas sobre el atril. Se sobreentendía que el Gobierno estaba gastando el último cartucho para convencerle; sin éxito.

Con el empate a 36, el presidente del Senado, Julio Cobos, debía deshacer el entuerto. Todos conocemos ahora su elección, pero antes de que interviniese, nadie podía saber qué pasaba por una mente que, ahí quedan las imágenes, estaba visiblemente atormentada y seguramente invocaba a la Tierra para que un agujero se abriese a sus pies y le tragase. Mareó la perdiz durante más de diez minutos, arrojando al borde del infarto a los espectadores, a sus compañeros en la Cámara y sobre todo a la presidenta, que le eligió como su mano derecha en las elecciones de octubre de 2007. Por fin, el éxtasis de la señora de la puerta de al lado, de mi vecino el trompetero y de millones de argentinos que desean que los políticos dejen de acaparar el televisor y que vuelva la programación habitual. La pregunta que se hacen todos es ¿acaba realmente así la crisis?

El voto de Cobos: "que la historia me juzgue"

miércoles, 16 de julio de 2008

Un paseo por la plaza más revuelta de Argentina (2ª parte)


Continúa el espectáculo. Ayer martes, la capital se paralizaba a las 12.00 h. con el cierre de escuelas y centros de trabajo, el corte de las avenidas principales y el desembarco de cientos de miles de argentinos de provincias. No se trataba de ningún partido de la albiceleste, por mucho que lo pareciera por los tambores, las tracas de pólvora o los hinchas, sino de las dos manifestaciones convocadas por campo y Gobierno en el conflicto político que tiene en vilo al país.

Los dos bandos se habían retado explícitamente con probar quién convocaba a más seguidores. De hecho, ambos actos transcurrían a la misma hora. Según los cálculos del diario La Nación, basados en la densidad de manifestantes por metro cuadrado, los agricultores ganaron la batalla, con el apoyo de 237.000 frente a las 103.000 personas congregadas en apoyo a los Kirchner y su proyecto de ley de retenciones (subida de impuestos al campo). Hoy miércoles es un día clave pues el Senado debe votar si ratifica la norma.

Aun a riesgo de convertir este blog en un telediario, -no es mi deseo, pues siempre defenderé la palabra escrita- creo que no tienen ningún desperdicio las imágenes que grabé del acto K, el celebrado en la plaza del Congreso con una intervención de Néstor Kirchner, ex presidente y marido de Cristina, la presi. La Nación me envió a cubrir el evento con el cometido de reflejar mi visión de éste como español, ajeno a la convulsión argentina. Podéis pinchar en el vínculo para leerla:

http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1030634

Y Lidia Maseres, quien como yo, proviene del Master de El País, escribió sobre el acto del campo:

http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1030636

domingo, 13 de julio de 2008

Un paseo por la plaza más revuelta de Argentina (1a parte)

Argentina pasa por un momento convulso. Manifestaciones, cargas policiales, propaganda y fanatismo político se suceden desde que llegué hace dos semanas. Para un extranjero que quiere exprimir al máximo su visita, no hay mayor fortuna que ésta, pues resulta muy instructivo y a la vez entretenido ser testigo de momentos decisivos en la historia de un país.

Los argentinos, sin embargo, desean que la normalidad vuelva cuanto antes y el desánimo y la indignación cunden conforme se alarga la crisis política y económica que comenzó en marzo, cuando el Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner subió los impuestos a los agricultores. La principal fuente de riqueza no es otra que el campo y el Gobierno promete reinvertir lo recaudado en escuelas y hospitales. El sector rural alega que el impuesto es confiscatorio y que más allá de unos pocos terratenientes, los pequeños y medianos productores no podrán afrontar los gastos que exige una finca.

La plaza del Congreso, en Buenos Aires, se ha convertido desde hace unas semanas en el escenario de esta tragicomedia nacional. Partidarios y detractores de la presidenta han instalado sendos campamentos, que están separados sólo por unos metros. Quieren hacerse oír, pero también presionar a los legisladores –Congreso y Senado se alzan en ese lugar- que en estos días deciden si convalidar o no el impuesto al campo. Hasta el momento no hay que lamentar grandes altercados, pero el próximo martes dos manifestaciones de signo contrario recorrerán al mismo tiempo las calles de la ciudad. Para que os hagáis una idea del ambiente que se respira en estos momentos en Argentina, el sábado 12 de julio grabé el siguiente reportaje en la plaza del Congreso.

lunes, 7 de julio de 2008

De cómo acabé el primer día en la boca del lobo

Nada más llegar a Argentina casi me desvalijan. Muchos pensarán que hay que ser idiota para verse en la situación que yo me encontré y que en seguida paso a relatar. Les ruego sean comprensivos con mi falta de conocimiento del país. Mi historia servirá, de paso, para indagar un poquitín en el alma argentina.
Deambulo por las calles peatonales del Microcentro, abarrotadas a mediodía. Como a todo recién llegado, me embelesan los detalles y, por eso, me detengo a recoger el papel que me entrega en mano un chaval. Es el flyer de un local de copas. Al ver que me paro a leerlo, aprovecha para arrojar su caudalosa verborrea comercial sobre mi perpleja e indefensa persona. En cuanto la primera palabra sale de mi boca se da cuenta de que soy español. La cagué. Es entonces cuando redobla su ofensiva. “Mirá vos, si querés podés tener una consumición gratis en el bolishe. Sólo tenés que acompañarme a que te selle” me intenta convencer, señalando un recuadro en blanco del flyer.

Pienso que cobra por comisión, que no tengo prisa y que con el sellito le ayudaré a cobrar unos pesos más. Así que le sigo unos metros a la puerta del local, en el epicentro comercial de la ciudad, entre escaparates de moda y establecimientos de comida rápida. Me agarra del brazo y me introduce en la penumbra. Nos recibe la voz juvenil de una chica argentina. Está tan oscuro que no se le ve la cara. El relaciones públicas dice que va a la barra a estampar el sello y me encomienda a Susana durante unos segundos.

-Ahí mi amor, ¿cómo te llamás? ¿Fernando?, ¿eres español? , pero vení acá, sentate conmigo- se presenta ella, con extrema cercanía y manoseos.

-Mira, tengo mucha prisa. Me tengo que ir Susana. Yo entiendo que tú tienes que hacer tu trabajo, pero yo no soy cliente de este tipo de sitios.-Me acuerdo ahora del relaciones públicas y de su familia al completo. Nunca me dijo que el boliche (discoteca o pub en Argentina) fuese un lupanar. Además, la foto del flyer mostraba un recatado bar de copas.

-Mi amor. Esperá acá. Mi compañero sólo va a sellar el papelito y vos podés marshar.

Otra chica emerge de la oscuridad. Dos contra uno. Me sientan a la fuerza.

-Mirá, te presento a Marianela. Esha ha sido chica Tinelli (un programa de telebasura). Es refamosa. ¿Nunca la has visto en la televisión?, ¿Que no?, ¿Cómo es eso?, ¿Que en España no ven la tele argentina?

Entre tanto Susana no para de llamar con palmas al camarero: ¡Mosso! (Así los llaman aquí). Yo pienso que a quien convoca es al chico que tiene que traer el flyer pero para mi espanto se trata de un gorila obeso con forma de luchador de sumo que transporta en alto una bandeja con tres copas. ¡Ay, mi madre! Susana casi me hace ingerir el cubata como si fuera un biberón. Yo obviamente no permito que ese líquido en el que a saber qué droga han disuelto traspase mis labios. Me incorporo y le pido de la manera más amable posible al paquidermo que se aparte del camino para dejarme salir.

-Antes debes pagarme. Vos estuviste con mis chicas y tomaste una copa.

-Por favor déjame salir que tengo cosas que hacer. No te voy a pagar por una copa que no he bebido y por unas chicas a las que no he tocado. -le reto y me pregunto si actúo con sensatez o se trata de una temeridad. Los nervios me carcomen y el insoportable sonsonete de las dos prostitutas no me deja pensar: “Fernando mi amor tené que pagar lo que debés”. Me figuro que el pago por mi rescate ascenderá a cifras exorbitantes y en un segundo de lucidez diseño mi escapatoria. Hago ademán de sacar mi cartera del bolsillo para confundir al simio que guarda la caverna y le planto un manotazo en la cara. Me pone la zancadilla y la evito saltando hacia la puerta, que afortunadamente es giratoria y cede con mi peso. La suerte está conmigo, pues mi plan tenía un punto débil: No recordaba si había un portero en la entrada de aquel antro. Aliviado, compruebo que mis secuestradores son más chapuceros de lo que llegué a pensar. Recupero la luz del día y me escabullo entre el gentío. ´

Así fue mi recibimiento en este país. Por cierto no soy el primero al que se la intentan jugar. Un chaval catalán me contó que le hicieron la misma treta, pero acabó pagando 10 euros (todo un dinero para un país como Argentina). Paula, una de las redactoras de La Nación, me ha puesto sobre aviso con respecto a la picaresca del lugar: “Si un argentino tiene que seguir siete pasos para cumplir una tarea, hará todo lo posible por hacerla en uno o en dos a lo sumo. Pero, ojo, ¡no todos somos así!”.

Un español en la redacción de un periódico argentino


¡Saludos desde Buenos Aires! En los próximos dos meses seré periodista en Argentina, una experiencia que no podía no contar en la web después de hacer lo propio con mis peripecias por Oriente Próximo. Desde el martes 2 de julio trabajo para el diario La Nación, el segundo más leído del país. Muchos os estaréis preguntando cómo demonios llega este “pibe” español a un periódico argentino. Pues bien, se trata del período de prácticas en medios de comunicación que exige el máster del diario El País. Cierto, no me puedo quejar de mi destino. Argentina es un país fascinante por su fuerte personalidad, sus comidas, sus paisajes, su fútbol, sus problemas con la economía, la política, los matrimonios instalados en el poder... A veces su gente me resulta muy parecida a los españoles, otras, originales e inigualables. Espero reflejar en Periodista en Argentina 2008 un poquito de lo que vea por acá y de lo que me vaya ocurriendo, a mí y a este fascinante país, que seguro será muy interesante.