No soy quien para sermonear sobre la idiosincrasia de los argentinos. Y menos después de tan poco tiempo de convivencia –un mes y medio-. Por eso trataré de ser prudente a la hora de bosquejar algunas valoraciones. En primer lugar, me serviré de un indicador un tanto heterodoxo, pero a mi juicio elocuente, para demostrar que los argentinos baten a los españoles en impuntualidad: en las escaleras mecánicas del metro nadie respeta la convención de dejar libre el lado izquierdo a modo de carril de alta velocidad para aquellos que andan con prisa.
La urgencia por llegar a tiempo aún no martiriza el ánimo local, pero la adaptación puede ser un tanto latosa para el visitante. Una mañana, salía del
subte camino de la redacción de La Nación con el tiempo justo. Precisamente un espécimen de esa raza tan apresurada, un señor de negocios, permanecía contemplativo, obstaculizando el carril izquierdo y la ascensión se me hacía infinita. Se me escapó, inconscientemente, un chasquido de la lengua, seguido de un impertinente resoplido, que mi compañero de viaje ni siquiera advirtió. Sólo me quedó la resignación y celebrar con gusto este modo de vida más relajado.
A buen seguro que esta costumbre española, importada por supuesto de la acelerada y estresada Europa, sólo se respeta desde hace pocos años. Hoy la hemos incorporado casi como un acto reflejo, pero me pregunto cómo fue ese momento del cambio, el día de la inflexión en que la presión del reloj se impuso y empujó a unos pocos a un lado de la barandilla, para que la mayoría escalara los peldaños con la cara descompuesta, imprimiendo a nuestra convivencia un ritmo vertiginoso.
Otro atributo esencial del argentino medio es el respeto a las normas de cortesía. El saludo matutino a los colegas del trabajo no se reduce a un impersonal
buenos días, El/la argentino/a le planta un beso en la mejilla a todos y cada uno de sus compañeros. Ojo, sólo uno y no dos como en España y ojo, tanto a sus compañeras como a sus compañeros.
Más de una vez me he sonrojado por no respetar las etiquetas. Por ejemplo en el ascensor del periódico. A diferencia de los países histéricos, como el de mi procedencia, en Argentina no evacua primero el más cercano a la puerta.
Ladies first. Que los advenedizos observen esta regla para no verse en situaciones embarazosas, y recuerden, cada vez que crucen un umbral, dejen pasar antes a las féminas. Y si se quiere quedar como un genuino galán, ábrase la puerta del coche a las "delicadas" señoritas.
Como veis, las asociaciones de feministas no hacen mucho ruido por aquí. La fijación por las formalidades, puede llegar a ser enfermiza. Las hay de raigambre tan secular que resultan anacrónicas: ¡algunos argentinos llegan a ceder el lado interior de la acera a las hembras para, supuestamente, resguardarlas del peligro de la calzada. Y yo me pregunto, ¿de qué demonios las protegen?, ¿del riesgo de que un caballo desbocado precipite el carruaje sobre los viandantes? He aquí, a diferencia del ejemplo de la escalera mecánica, una división mental de la senda: el costado exterior, para los caballeros; las damas, “arrimaitas” a la pared, al cobijo de los impredecibles riesgos de la vía pública. Perdón, al principio prometí prudencia, pero es que…